Guillermo Almeyra
La Rusia de Boris el Pequeño a las urnas

Desde tiempos anteriores a Pedro el Grande Rusia no tenía tan escasa importancia en Europa y en escala internacional y no sufría una tan grave crisis de disgregación. Ahora va hacia las urnas como un condenado al cadalso marcha hacia su ejecución.

El zar Boris el Pequeño ha pensado que le convenía adoptar el programa de los llamados ``comunistas'' de Guennadi Ziuganov que a su vez, siguen mezclando su mal vino con el agua sucia del albañal nacionalista-fascista de Vladimir Zhirinovski el Negro, mientras los llamados progresistas de Grigori Yavlinsky, jefe del grupo Yabloko (Manzana), intentan separarse lo más posible del ave de mal agüero que habita el Kremlin al cual hasta ahora apoyaron. Como contorno a un proceso electoral que no moviliza a nadie ni crea entusiasmos o esperanzas se presenta la guerra de Chechenia, una horrenda masacre sin fin previsible al menos mientras Yeltsin, con el apoyo tácito de Estados Unidos, se crea infalible y ungido por el Señor.

El zar Boris tiene 65 años mal llevados y una salud minada por el alcohol que le ha hecho hacer papelones memorables. Tiene la astucia, la ferocidad y la falta de principios de un hombre primitivo, como correspondía a la vieja nomenklatura en la que llegó a miembro del Buró Político del PC de la URSS tras formarse en el aparato partidario durante 18 años como boss de Sverdlosk. A esas ``virtudes'' para el cargo agrega ahora el populismo desenfrenado. Imposibilitado de ser elegido -las encuestas lo colocan cuarto y no le dan más del 5-6 por ciento de los votos-, espera llegar detrás de Ziuganov, para concentrar en el segundo turno los votos de la derecha y la extremaderecha, que son los únicos que podría conseguir. Ha abandonado por completo sus reformas de papel y adoptado el programa de los ``comunistas'' confesando así su impotencia teórica. Ahora se ha lanzado por la vía de la producción de nuevas armas y del nacionalismo ruso. De este modo amenaza a todos los no rusos, agrava la situación y crea la más difícil sucesión en la historia rusa pues los ganadores heredarán el caos.

Guenadi Ziuganov, por su parte, tiene 51 años y dirige su partido desde hace dos. Es un socialdemócrata rebautizado comunista absolutamente pragmático y sin principios ideológicos. Promete todo y lo contrario de todo, una nueva URSS ``voluntaria'', el socialismo sin nacionalizaciones, la paz en Chechenia ``sin ceder nada''. Coquetea con la extremaderecha nacionalista, pero cuenta con el voto de protesta de las víctimas del neoliberalismo que, sin embargo, acepta, queriendo moderarlo. Vladimir Zhirinovsky, en cambio, tiene 49 años y dirige desde hace seis el Partido Liberaldemocrático, que es un amasijo de fascistas, aventureros, nacionalistas, bufones y agentes del gobierno. Es un machista primitivo que promete un hombre a cada mujer sola, vodka gratis para todos y echar a los ``negros'' (los caucasianos). En cuanto a Grigori Yavlinsky, de 43 años, ha sido consejero de Gorbachov y autor del plan ``de los 500 días'' que pretendía sacar a Rusia del desastre en ese breve plazo (!). Es un hombre serio, partidario de un liberalismo social, si es que ese animal existe.

Esos son los tres primeros: Ziuganov, con 22 por ciento, según las encuestas; Zhirinovsky, alrededor de 10 por ciento; Yavlinsky, con 7 por ciento -todos ellos delante del Cuervo Blanco siberiano por quien ``vota'' desde siempre Bill Clinton. A ellos se agregan Aleksandr Lebed, de 45 años, el general nacionalista que combate el crimen y la corrupción y que apoyaría a los llamados ``comunistas''; Svyatoslav Fyodorov, de 68, célebre oftalmólogo, gran empresario y popular, que dice seguir a Ross Perot y habla sobre una confusa ideología ``cooperativo-comunista'', y Aleksandr Rutskoy, también militar, ex jefe de los rebeldes del Parlamento contra Yeltsin y ex héroe de Afganistán, que tiene muy pocas probabilidades. En cuanto a Mijail Gorbachov, no ha conseguido hasta ahora el millón de firmas necesario para presentar su candidatura, pero de todos modos es un zombie de la política, un pollo rostizado que, pese a estar quemado, sigue girando y girando. Así de mal está la segunda potencia nuclear del mundo..