Víctor Flores Olea
Venta de la petroquímica: otro abandono de la soberanía nacional

``La verdad elimina el argumento de los otros'', escribió el filósofo francés Lyotard. La frase es relevante porque vivimos un tiempo en que sólo se presenta como verdadero el razonamiento de quienes mandan: un tiempo de inapelable dogmatismo del poder.

Ya pueden expresar su opinión, su disidencia y crítica centenares de miles, inclusive millones de mexicanos. Al límite ya puede levantarse en contra de la medida la nación entera: nada conmueve a los tecnócratas: la ``verdad'' de unos cuantos es inconmovible y absolutamente obligatoria. No importa su aislamiento y su desprestigio, la insistencia suicida en tomar medidas en contra de la corriente parece ser, lo ha sido siempre en la historia, una de las indelebles marcas de la crisis, del final de los sistemas y los regímenes.

Por supuesto, para ellos los ``proyectos de nación'' no existen: para la tecnocracia, esos proyectos son apenas una expresión más del barullo del mundo que escapa a la ``racionalidad'' de sus ``verdades'', al control de sus ``variables''. En el mejor de los casos son la expresión de ideologías impertinentes, para ellos que no se comportan según ideologías, sino con la ``verdad''.

Pero no! Resulta que detrás de la ``verdad'' de los tecnócratas se asoma la realidad de otras ideologías, precisamente las de quienes controlan los movimientos del capital y los intereses que representan. No, sus verdades no son ``ascépticas'' sino interesadas! Manifiestan el ``otro'' proyecto de nación, el proyecto de quienes se proponen mantenernos atados, sometidos, campo abierto de la especulación, espacio libre para el incremento de las ganancias, que no soñaron realizar en sus lugares de origen.

Pero esa es la nación que desea la inmensa mayoría de los mexicanos? Por supuesto que no: los mexicanos deseamos una nación libre, una nación con reservas propias, una nación que construya dentro los cimientos de su independencia. Una nación en la que haya empleos y trabajo, en la que una amplia red de industrias pequeñas y medianas sean la sólida base de una prosperidad que se pueda compartir, no una nación construida exclusivamente por enormes empresas y por el sueño de las inversiones foráneas especulativas.

Una nación que tenga amplias relaciones con el exterior, pero cuya fuerza económica y política resida en el interior. Primero, porque sin esa fuerza interna ya lo hemos visto! no hay relaciones dignas y de igualdad soberana con otras naciones, sino únicamente sumisión, atropello, desprestigio y menoscabo de nuestra independencia.

Una nación, por supuesto, que sólo puede ser fuerte en la democracia y en el desarrollo compartido por todos los mexicanos, que se aleje del cáncer de la tremenda desigualdad de fortunas y oportunidades, de esa derrota nuestra que es la pobreza extrema que martiriza ya a la mitad de los compatriotas.

Una nación, claro está, que también ha de fundar su grandeza en la educación y la cultura. Cultura, con nuestras enormes tradiciones históricas y políticas, que ha de enfrentar los problemas de la nación, que ha de ser reflexión y crítica sobre esos problemas y no sólo trabajo íntimo de los hombres de cultura. Cultura que es también vocación colectiva y no solamente inspiración personal.

De ese conjunto, por supuesto, ni una sola palabra de los ``técnicos'' que nos dirigen, sino apenas, concediendo mucho, alguna mención lateral y de circunstancia. La tarea pública convertida por los dirigentes en tarea de administración, de pura cuantificación. No digo que no deba administrarse y cuantificarse, digo que el gobierno de una nación es por definición tarea pública y política, en el más alto sentido de la palabra. Es decir, ``proyecto de nación'' que ha de proponerse y realizarse, cumplirse. Proyecto de nación que ha de ser explícito y que es indispensable para construir el consenso necesario a toda democracia, a todo país que de verdad luche por el bienestar de todos, por una vida social con mayor justicia e igualdad.

Me he prolongado ya en estas consideraciones seguramente por la indignación que produce la decisión gubernamental de vender la petroquímica, y por los argumentos que se han expresado para justificar el atropello. Y por el desprecio que ha merecido la voz de los mexicanos, de millones de mexicanos de las más diversas posiciones políticas, oponiéndose a la medida, argumentando y razonando, por supuesto en nombre de un proyecto de nación soberana que parece situarse muy lejos, en las antípodas de la ``visión'' de México que tienen los actuales gobernantes.

No volveré a los argumentos que se han expuesto con amplitud. De una parte, simplemente, la necesidad de mayores inversiones de las que no sería capaz el gobierno mexicano. Por supuesto! Si los recursos se gastan primero en nuestras obligaciones externas, en nuestros compromisos acrecentados después de la catástrofe de diciembre de 1994, en el puntual cumplimiento de la deuda externa. Obligaciones muchas de ellas en el corto y cortísimo plazo, que hemos sido incapaces de negociar en mejores términos.

Incapacidad de reformular las prioridades nacionales y de invertir en aquellos sectores que, además de ser rentables, afirmen la soberanía de México. Por eso decía: cuestión de distintos proyectos y visiones del país: uno nacional, el otro ``trasnacional'', no en el sentido de mayores beneficios por nuestra relación equilibrada con el resto del mundo, sino entendida como rígida sujeción y dependencia del exterior.

Es necesario repetir que la nacionalización del petróleo en 1938 fue una segunda declaración de independencia del país? Es indispensable volver a decir que el petróleo ha sido la posibilidad misma del desarrollo soberano de México? Debe volver a explicarse que la petroquímica es, sobre todo en este tiempo de novísimos productos, una industria estratégica para el desarrollo de cualquier nación moderna? Debe volver a mencionarse que su construcción penosa y magnífica ha sido el resultado del trabajo y el esfuerzo de cientos de miles de mexicanos a lo largo de varias generaciones?Y la voz de los trabajadores y los técnicos de Pemex que se oponen a la venta no llega a los oídos insensibles de los tecnócratas que nos gobiernan? Y la opinión expresada por las más importantes organizaciones sindicales y por cámaras de empresarios mexicanos, puede borrarse de un plumazo? Y la voz de diputados y senadores que también se oponen a la extravagante medida?Pareciera que sólo la movilización popular y nacional llega de pronto a veces remotamente, a veces más de cerca a los oídos sordos de quienes deciden. Pues bien: si no hay otro remedio los mexicanos lo harán así. Por eso no puedo sino expresar mi más pleno acuerdo con el llamado que se ha hecho a manifestar en esta ocasión histórica: el próximo 18 de marzo, 58 aniversario de la nacionalización del petróleo.