Quien lea cualquier pasaje de los Cuadernos de Charles Simic sabrá, lo supiera antes o no, que Simic es un poeta. ``Fui a ver a la señora Murphy para preguntarle si podía hacer un vestido diminuto negro para mi diosa. Sus mejillas enrojecieron como cerezas. Cuando se calmó, me permitió medir su cintura con un trozo de hilo rojo cortado en el extremo con los dientes''. Bueno, quién soy yo para decir si estas líneas, con todas sus licencias de traducción, transmiten a otros eso que me transmiten a mí y que yo llamo poético. Lo que sucede, repito, es que cualquier pasaje de los Cuadernos de Simic, o por lo menos de los que van de 1963 a 1969, parece poema.
Una tarde está Simic conversando en casa de una amiga suya con ella. Ella le muestra una cosa de metal y le explica que su origen es una cárcel de máxima seguridad. Un viejo amante suyo la había dejado olvidada o de recuerdo con ella. ``El solía rascarme la espalda con esta cosa''. Simic la muerde y se sorprende de lo fría que es. De hecho, no imagina qué podía ser, o parte de qué; pero advierte que ha sido doblada y mal estirada. Es más, sabe que la quiere. "Me la regalará? Si se la pido, si finjo rogarle''. La amiga de Simic lleva puesta una bata de seda floreada y pantuflas rojas, turcas, que se le caen cada vez que cruza las piernas. La bata se le ha abierto ligeramente. Afuera ha empezado a llover. ``Ella se levanta a cerrar las ventanas y yo guardo la cosa en mi bolsillo''. La lluvia se ha desatado y la habitación en la que se encuentran Simic y su amiga está en penumbras. El observa: ``Ya no podíamos ver nuestras miradas''.
Para empezar por algo diré que me divierte el tipo de mujer que atrae a Simic, y además me recuerda al tipo de mujer que atrae a Leonard Cohen, otro poeta. Las de Simic, son capaces de decir: ``En mi vida ha habido más noches que días'', o: ``El mundo externo no es sino producto de nuestros sentidos''. Las de Cohen, afirman que su cuerpo no es bello, lo que provoca que el poeta escriba: ``Cuando te me acercas para decirme que tu cuerpo no es bello quiero que mis manos, y mi cuerpo, se vuelvan estanques en los que te reflejes y te rías''. Son mujeres poéticas o capaces de irse con el poeta a vivir rodeadas de una toalla en una cabaña griega sobre el Mediterráneo rojo.
Supe de un estudioso que en una ocasión recibió por correo un poema que decía: ``Marita, por favor encuéntrame, ya casi tengo treinta años'', y que estaba firmado por Leonard Cohen. Parece ser que una amiga suya se lo había enviado por bello y un tanto misterioso, pero sólo con el fin de compartirlo con él. Pero el estudioso casi enloquece. "Quién es Marita?", me contaron que se preguntaba de un lado a otro de su cuarto de azotea lleno de gatos y papeles; "a quién se le ocurrió que yo podía querer que Marita me encontrara?", añadía, escondiéndose atrás de los montones de libros y papeles, porque, es obvio, hay hombres para los que ciertas mujeres del tipo que atrae a Simic o a Cohen no significan nada; por lo menos, nada atractivo. Ni ciertas mujeres, ni la voz desesperada de ciertos poetas. Era poética la mujer que pensó enviar a su amigo el estudioso el breve canto de amor a Marita de parte de Leonard Cohen; aunque, bien visto el asunto, también era algo cruel. Por qué, si no, envió el poema sin una nota aclaratoria y firmada?No todos los poetas están en posibilidad de ir de puerta en puerta de sus azarosos lectores y explicarles que la poesía es así, deja una flor anónimamente pero bella sobre una banca y huye, entre otras cosas porque no hay nada más qué decir.
El mundo de los poetas no está hecho únicamente de mujeres y de flores, por otra parte. El de Simic, por ejemplo, encierra angustias y preguntas sin respuestas. Dejó Belgrado con sus padres durante la segunda Guerra Mundial; se incorporó a la vida de Estados Unidos, concretamente a la de Nueva York. Pero no olvidó los recuerdos de su infancia yugoslava, la madre zurciendo sus medias; el padre poniéndole a él la mano sobre los labios una noche de queda en una terraza sobre un edificio y exclamando en voz baja: ``Más cerca del infinito''; el abuelo fingiéndose muerto para ``practicar'', según se ve en la necesidad de explicar a su amigo que, al entrar y verlo cubierto con una sábana, entre dos velas, se había soltado a llorar. ``Ya cállate, Savo ordena el abuelo; no vez que sólo estoy practicando?".
Si como resultado de una guerra muchos estados de razas y religiones diferentes lograron unificarse y formar una república, algunos años después hizo falta otra guerra para fragmentar un país en razón de insalvables diferencias de su gente. Esto, por lo que hace a Yugoslavia y al bagaje insoluble de ansiedades que atormentan a Simic, sensible ante los inocentes, impotente ante la estulticia de los culpables. Y el país de Leonard Cohen tampoco quiere ser uno e indivisible, sino de perdida dos: lenguas, costumbres que se enfrentan y confrontan en el alma canadiense del poeta dividido.
Y a manera de respuesta, ambos poetas recurren a la mosca. La de Cohen, odiada por él porque recorre campante los muslos de la mujer dormida ante los que a él más bien le tiemblan las rodillas; la de Simic, lo intriga porque, mientras cuatro asesinos armados la miran contarse las patas debajo de un foco pelón alrededor de una mesa, una mujer amarrada y amordazada los mira a ellos con ojos saltones.
Si las mujeres de Simic y Cohen representan un poco el amor, y si sus moscas son moscas, a nuestros poetas sólo les faltaría hablar de la muerte para satisfacer el dictum de los tres temas monterrosianos. Pero, hay amor sin muerte?